martes, diciembre 19

AGRAZADAS

Él, irreverente e iconoclasta en materia protocolar, dio muestras de una inusitada sensibilidad cuando una falla alteró el ceremonial de rigor en su territorio. Como un monarca, enardecido por los errores de su corte, no dudó en regañar en público al más anciano de sus palaciegos servidores.

Los reprendidos guardaron el más reverencial de los silencios en cadena nacional, mientras aguantaban el chaparrón que nunca sabremos si fue algo acordado entre el monarca y ellos, o fue una reacción para demostrar, una vez más, quién manda en esta vaina.

El protocolo es la capa más superficial del poder, la más visible y en un sentido lo más importante. Sin embargo, siempre se producen fallas que sólo pueden ser apreciadas por quienes tienen experiencia en la materia, el resto de los mortales ni siquiera se entera de lo que pasó. Es por eso que sorprende la filípica del emperador contra sus más complacientes cortesanos. Como no deja de alarmar semejante piel de algodón, por algo que resulta tan irrelevante cuando es él quien altera, rompe o viola el protocolo, tanto en otros países o, cuando le conviene, en Venezuela, al dispensarnos una visita.

Si hay algo por lo que se ha destacado el emperador de petrolandia es por haber trastocado las más elementales normas de comportamientos y pautas sociales donde quiera que ha llegado. Pero cuando él lo hace es una gracia que debe aplaudirse y que tiene que aparecer en los titulares de las agencias de noticias. Sus seguidores y defensores -tarifados, sinceros y/o fanáticos- lo encuentran todo bien, sobre todo cuando la petrochequera ha sido usada con generosidad y complacencia.

Cómo olvidar la pateada protocolar en la ONU con su performance de exorcista y la andanada de insultos contra el presidente de EE UU, sólo para lucirse. Desde que llegó al poder y empezó su periplo para imponerse como salvador de la humanidad, los medios han puesto de relieve su irreverencia frente al protocolo, algo que resulta consustancial con su condición de revolucionario. Por eso vale preguntarse ¿por qué tanta calentera por unas fallas protocolares?

Lo que ha pasado permite concluir que existen protocolos que deben ser respetados y otros que pueden ser pateados a conveniencia. Los que contribuyen a inflar el ego del mandamás tienen que ser estrictos y cumplidos con rigor militar, pues está en juego su imagen de poderoso, mientras que los otros pueden ser alterados y violentados siempre que le convenga al inmarcesible.

El protocolo es definido por el DRAE como la regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre. Ya en el Código de Hammurabi, en los jeroglíficos del antiguo Egipto y otros documentos esenciales de la historia de la humanidad existían términos y expresiones protocolares. El protocolo tiene que ver, por supuesto, con la educación, con pautas sociales y con formas de comportamiento en determinados eventos, pero lo que le da un auge definitivo a las "buenas maneras" es la creación de la corte, asociada a las monarquías donde reside el rey o soberano.

Lo que está ocurriendo entonces tiene sentido, pues con la reelección indefinida y con el partido único se concreta un proceso más o menos monárquico, llamado por Hermann Escarrá monocracia, pero que en el fondo y especialmente en la forma es lo mismo. En una monarquía el poder supremo corresponde con carácter vitalicio a un príncipe, designado según orden hereditario y a veces por elección. En el caso venezolano los súbditos eligen a su rey, y el CNE designado por sus adláteres, lo ratifica y se le adhieren, de manera incondicional, el resto de los poderes de utilería que aparecen en la Constitución.

Para un monarca del siglo XXI, como otrora, el protocolo es esencial. Todo gira en torno a él. Le sirve para mostrar ante sus súbditos todo el boato y la manera como se exalta su figura y su poder inconmensurable. No puede, por tanto, aceptar que se produzcan fallas, errores, equivocaciones, pifias, grietas en el protocolo. Sus siervos deben saber quién manda a quién. Sólo él tiene el derecho a romper con la ceremonia para cantarle sus verdades a sus cortesanos. Sí en vivo y en directo, pues mucho mejor.

Lo del protocolo no es cosa de juegos. Sino fíjense en que no ha habido algo tan importante como para insultar y regañar a sus más fieles servidores en cadena nacional e internacional. Ni la inseguridad, ni la falta de vivienda de los sectores más necesitados, ni los desaguisados irónicos y oníricos de Isaías, ni haber perdido en Mérida, San Cristóbal o Maracaibo han provocado semejante reacción en el príncipe reelecto. Ni la pobreza que cada día es mayor, ni la corrupción extrema o el ostensible nuevorriquismo de sus palaciegos cortesanos han provocado semejante ira pública del monarca. Sólo el protocolo. Vale decir los rituales del poder que alimentan la egolatría y el narcisismo.

Agridulces
Donde sólo reina el "protocolo de autopsia" es en lo que tiene que ver con los derechos humanos de los venezolanos. De acuerdo con el informe de Provea aumentaron en 84% las torturas, tratos crueles o degradantes, allanamientos ilegales y amenazas. La corrupción, el abuso de autoridad y el uso excesivo de la fuerza son los males más denunciados por parte de los ciudadanos que se atreven. Ese 84% habla de un Estado que se ensaña contra los desprotegidos habitantes de este sub país. Todo un récord en medio de la desmesura del poder, donde la mayor valía reside en el protocolo.
Por Diana Gámez
Fuente:Correo del caroní